Este milagro fue efectuado por Jesucristo durante su viaje desde Galilea a Jerusalén para celebrar allí la última Pascua antes de su crucifixión. Un grupo de diez leprosos parados a cierta distancia, pues la ley les prohibía aproximarse a las personas sanas, clamaba a grandes voces que el Señor tenga compasión de ellos. Jesús les ordenó presentarse ante los sacerdotes. Esto significa que Él, con su poder milagroso los curaba de su enfermedad pues los enviaba con los sacerdotes para que estos constatasen, según las exigencias legales, la curación de la lepra. Aquella comprobación iba acompañada de sacrificios rituales y la autorización correspondiente para vivir en la comunidad. La obediencia de los leprosos a la palabra del Señor — dirigirse a los sacerdotes para que testimonien la curación — es una indicación de su viva fe. En verdad ellos observaron durante el camino que la lepra había desaparecido. Una vez curados, como suele ocurrir, aquellos hombres se olvidaron pronto del Responsable de su alegría. Sólo uno de ellos, un samaritano, volvió hacia donde se hallaba Jesús para darle las gracias. Este hecho demuestra que aunque los judíos despreciaban a los samaritanos, estos en algunos casos, eran más dignos que aquellos. Nuestro Señor apenado preguntó con un pequeño reproche: ¿No eran diez los curados? ¿Y los otros nueve, donde están? ¿Cómo es que ninguno de ellos ha vuelto para dar gloria a Dios? Este es un claro ejemplo de la ingratitud humana hacia su Dios benefactor.
– Arzobispo Averky (ortodoxo, siglo XX), Guia Para el Estudio De los Cuatro Evangelios (tr. del ruso)
(http://www.fatheralexander.org/booklets/spanish/chetveroevangelie_averky_s.htm#_Toc111770005)