«¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti?» (Marcos 14:43-15:1)

Christus voor de hogepriester (1617), Gerrit van Honthorst

Christus voor de hogepriester (Cristo ante el sumo sacerdote), Gerrit van Honthorst (1617)

Luego, hablando él aún, vino Judas, que era uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los escribas y de los ancianos. Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al que yo besare, ése es; prendedle, y llevadle con seguridad. Y cuando vino, se acercó luego a él, y le dijo: Maestro, Maestro. Y le besó. Entonces ellos le echaron mano, y le prendieron. Pero uno de los que estaban allí, sacando la espada, hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja. Y respondiendo Jesús, les dijo: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos para prenderme? Cada día estaba con vosotros enseñando en el templo, y no me prendisteis; pero es así, para que se cumplan las Escrituras. Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron. Pero cierto joven le seguía, cubierto el cuerpo con una sábana; y le prendieron;mas él, dejando la sábana, huyó desnudo.

Trajeron, pues, a Jesús al sumo sacerdote; y se reunieron todos los principales sacerdotes y los ancianos y los escribas. Y Pedro le siguió de lejos hasta dentro del patio del sumo sacerdote; y estaba sentado con los alguaciles, calentándose al fuego. Y los principales sacerdotes y todo el concilio buscaban testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte; pero no lo hallaban. Porque muchos decían falso testimonio contra él, mas sus testimonios no concordaban. Entonces levantándose unos, dieron falso testimonio contra él, diciendo: Nosotros le hemos oído decir: Yo derribaré este templo hecho a mano, y en tres días edificaré otro hecho sin mano. Pero ni aun así concordaban en el testimonio. Entonces el sumo sacerdote, levantándose en medio, preguntó a Jesús, diciendo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti? Mas él callaba, y nada respondía. El sumo sacerdote le volvió a preguntar, y le dijo: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Y Jesús le dijo: Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote, rasgando su vestidura, dijo: ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? Habéis oído la blasfemia; ¿qué os parece? Y todos ellos le condenaron, declarándole ser digno de muerte. Y algunos comenzaron a escupirle, y a cubrirle el rostro y a darle de puñetazos, y a decirle: Profetiza. Y los alguaciles le daban de bofetadas.

Estando Pedro abajo, en el patio, vino una de las criadas del sumo sacerdote; y cuando vio a Pedro que se calentaba, mirándole, dijo: Tú también estabas con Jesús el nazareno. Mas él negó, diciendo: No le conozco, ni sé lo que dices. Y salió a la entrada; y cantó el gallo. Y la criada, viéndole otra vez, comenzó a decir a los que estaban allí: Este es de ellos. Pero él negó otra vez. Y poco después, los que estaban allí dijeron otra vez a Pedro: Verdaderamente tú eres de ellos; porque eres galileo, y tu manera de hablar es semejante a la de ellos. Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco a este hombre de quien habláis. Y el gallo cantó la segunda vez. Entonces Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces. Y pensando en esto, lloraba.

Muy de mañana, habiendo tenido consejo los principales sacerdotes con los ancianos, con los escribas y con todo el concilio, llevaron a Jesús atado, y le entregaron a Pilato.

Reina Valera Revisada (1960)

Cánon de Eusebio:

Mateo Marcos Lucas Juan
26:47 14:43 22:47 7:32,18:3
26:48-50 14:44-46 22:47-48
26:51-52 14:47 22:49-50 18:10-11
26:55 14:48-49 22:52-53 18:20
26:56 14:49-50
14:51-52
26:57 14:53 22:54 18:12,24
26:58 14:54 18:15
26:59-60 14:55-56 23:10
26:60-64 14:57-61
26:64 14:62 22:69 6:62
26:36-37 14:32-33
26:65 14:63
26:65-66 14:63-64 22:71
26:67-68 14:65 22:63-65 18:22
26:69-70 14:66-68 22:54-57 18:16-17
26:71-74 14:68-72 22:58-61 18:25-27
27:2 15:1 23:1 18:28

 


Homilía por San Juan Crisóstomo (siglo IV)

¿Qué hace el sumo pontífice? Para obligarlo a responder y poder cogerlo por sus propias palabras, le dice: ¿No oyes lo que éstos testifican en tu contra? Pero él callaba. Al fin y al cabo, era inútil responder en donde nadie quería oír. Aquello era únicamente una ficción de juicio; pero en la realidad era un conjunto apasionado de ladrones que acometían lo mismo en un antro que en plena vía. Por esto Jesús callaba. Pero el pontífice perseveraba en su pregunta y decía: Te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Respondióle Jesús: Tú lo has dicho. Pero yo os anuncio que a partir de ahora, veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Omnipotente y venir sobre las nubes del cielo. Entonces el príncipe de los sacerdotes rasgó sus vestiduras diciendo: Ha blasfemado. Lo dijo para acentuar más la gravedad del crimen y confirmar con los hechos sus palabras. Puso así terror en los oyentes; y entonces hicieron éstos lo que después, cuando lo de Esteban: se taparon los oídos [Hechos 7:59].

Pero ¿en qué consistía la blasfemia? Porque en otra ocasión a ellos congregados les había dicho: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta tanto que pongo a tus enemigos como escabel de tus pies [Mateo 22:43-46]; y les explicó lo que decía; y ellos no se atrevieron a replicar, sino que guardaron silencio y en adelante tampoco lo contradijeron. Entonces ¿por qué ahora llaman blasfemia a lo que dijo? Pero en fin: ¿por qué Cristo respondió de esa manera? Para quitarles toda posible defensa. Porque hasta el último momento siempre enseñó que El era el Cristo, que está sentado a la derecha del Padre y que finalmente vendría a juzgar al universo. Lo cual indicaba suma concordia con el Padreé

Rasgadas, pues, sus vestiduras, dice Caifas: ¿Qué os parece? No profiere su sentencia, sino que, como si se tratara de un pecado manifiesto y una clara blasfemia, solamente les pide su parecer. Sabiendo que si la cosa se hacía pública y se examinaba a Cristo, saldría libre de tales acusaciones, lo condenan ahí entre ellos mismos y se adelantan a los oyentes y dicen: Vosotros habéis oído la blasfemia: ¡que sólo faltó que obligaran y violentaran a sentenciar en ese sentido¡ ¿Qué dicen ellos?: ¡Reo es de muerte!, para presentarlo como ya condenado y obligar a Pilato a sentenciar en el mismo sentido. Con tales pensamientos y a sabiendas de lo que hacían, dicen: Es reo de muerte. De modo que ellos acusaban, ellos condenaban, ellos sentenciaban y hacían en el tribunal todos los oficios. ¿Por qué no lo acusaron de transgredir el sábado? Porque en esto ya muchas veces los había refutado. Aparte de que intentaban cogerío en palabras y condenarlo conforme a lo que ahí se decía. Así pues, Caifas, adelantándose en el asunto, una vez oído el parecer de los otros, tras de atraer a sí los ánimos de todos con el acto de rasgar sus vestiduras, condujo a Cristo a Pilato, como un hombre ya sentenciado y condenado. Así arregló todo en la sesión. Pero ante Pilato nada de eso dijeron los sacerdotes, sino ¿qué?: Si éste no fuera un malhechor no te lo habríamos entregado,! [Juan 18:30] con el objeto de que fuera condenado como reo de crímenes públicos. ¿Por qué no le dieron muerte a ocultas? Querían crearle mala fama. Puesto que muchos lo habían escuchado y sobremanera lo admiraban, los sacerdotes se esforzaban públicamente y ante la multitud en que fuera muerto.

Cristo no lo impidió, sino que aprovechó la ocasión de la perversidad de ellos para confirmar la verdad, de modo que su muerte fuera a todos manifiesta. Y sucedió lo contrario de le que ellos pretendían. Anhelaban infamarlo para colmarlo de desdoro; pero este mismo camino sirvió para que resultara más brillante y honrado. Así como en lo que decían: «Démosle muerte para que no vengan los romanos y destruyan nuestra ciudad y nación» [Juan 18:48], sucedió precisamente eso, una vez que le dieron muerte, así ahora lo crucificaron públicamente para dañarlo en su honra, y aconteció lo contrario.

Que ellos tuvieran potestad para darle por sí mismo la muerte, oye cómo Pilato lo asegura al decirles: Tomadlo vosotros y juzgadlo según vuestra ley [Juan 18:31]. Pero ellos no quisieron eso, para que pareciera que moría como tirano, inicuo y revoltoso. Y por el mismo motivo lo crucificaron juntamente con dos ladrones. Y además decían: No escribas: El Rey de los judíos, sino que él dijo Rey soy de los judíos [Juan 19:21]. Todo aconteció en favor de la verdad y para que a ellos no les quedara ni sombra de defensa, aunque fuera impudentísima. Y en el sepulcro, los sellos y los guardias hicieron brillar la virtud; y lo mismo se ha de decir de las burlas, dicterios e injurias. Tal es la mentira: por los medios que pone para sus asechanzas, por esos mismos queda deshecha, como sucedió en este caso. Los que creían haber reportado una victoria, quedaron grandemente en vergüenza y vencidos perecieron; y el que parecía vencido, brilló espléndidamente y obtuvo la victoria.

No busquemos el triunfo en todo ni temamos siempre quedar vencidos. Hay ocasiones en que la victoria daña y en cambio es útil la ruina. Entre los que andan irritados, parece vencedor el que lanzó más injurias; y sin embargo, éste es el vencido por esa gravísima enfermedad y ha quedado herido; y el que con fortaleza soportó las injurias es el que vence y queda por encima. El primero no pudo ni siquiera extinguir su propia ira y enfermedad, mientras que el otro del todo se la curó. Aquél quedó vencido por su propio mal; éste otro triunfó incluso de la enfermedad ajena; y no sólo no fue inflamado, sino que apagó en el otro la llama que se levantaba. Si hubiera querido gozar de la victoria aparente, también él habría quedado vencido y habría inflamado más aún y dañado a su adversario; y ambos habrían sido derrotados por la ira, mísera y vergonzosamente, como sucede con las mujeres cuando riñen. En cambio, en el otro supuesto, el que cultivó la moderación quedó libre de semejante desdoro y levantó un trofeo espléndido en sí y en su adversario contra la ira, mientras aparentemente quedaba vencido.

Repito, pues: no busquemos en todo la victoria. Ciertamente el que hirió venció al herido, pero fue con una mala victoria que acarreó daño al vencedor. El herido y al parecer vencido, si lo lleva con moderación es quien en realidad ha ganado la corona. Con frecuencia es mejor ser vencido; y este es el modo más excelente de victoria. ¿Pero qué digo en la rapiña y en la envidia? El que es arrastrado al martirio, encadenado, azotado, destrozado, degollado es como vence. En las guerras se dice vencido al que cae por tierra; entre nosotros, al contrario, eso es lo que se llama victoria. Nunca vencemos con obrar el mal, sino siempre sufriendo males. Espléndida en sumo grado es la victoria en que padeciendo vencemos a quienes nos dañan. Por aquí se ve que la victoria es de Dios, pues tiene un modo contrario al de la victoria profana. Además, es claro argumento de fortaleza. Así las rocas marinas heridas por las olas, a éstas las deshacen; así los santos todos alcanzaron la corona y son celebrados; y erigieron espléndidos trofeos, consiguiendo el triunfo precisamente con no querellarse.

Dice el Señor: «No te muevas, no te fatigues. Es Dios quien te ha infundido la fortaleza, tal que con ella venzas, no entrando en la liza, sino solamente padeciendo. No entres en la batalla y conquistarás el triunfo; no luches cuerpo a cuerpo y serás coronado. Eres aún mucho más fuerte y poderoso que tu adversario. ¿Por qué te deshonras? No le des ocasión para decir que peleó contigo y te venció, sino déjalo estupefacto de tu invencible virtud y proclamando delante de todos que tú sin batalla lo venciste.» Por este camino aquel bienaventurado José en todas partes es ensalzado, pues soportando los males venció a quien le hacía mal. Asechanzas le pusieron sus hermanos y también la mujer egipcia; pero él a todos los superó.

No me alegues la cárcel en donde fue encerrado; ni el palacio en que la mujer pasaba la vida, sino muéstrame quién fue el vencido y quién el vencedor; quién quedó en tristeza y quién en gozo. La mujer no sólo no pudo vencer al justo José, pero ni aun su propia pasión y enfermedad, mientras que él a ella y su pésima enfermedad las venció. Si quieres escucha las propias palabras de la mujer y verás el trofeo: Nos has traído un hebreo para que se burle de nosotros [Génesis 39:17]. No fue él quien te burló, oh mísera, sino el demonio que te afirmó que podrías vencer al diamante. No introdujo tu esposo al hebreo para ponerte asechanzas: fue el Maligno quien te infiltró la impura lascivia, fue él quien te burló.

¿Qué hace José? Calla y es condenado, como lo fue Cristo. Todo aquello era figura de esto otro. José quedó en cadenas; la mujer, en su palacio. Pero él, aun cargado de cadenas, era más brillante que cualquier rey coronado; mientras que ella era más mísera que todos, aun sentada en su tálamo regio. También puede verse la victoria y la ruina por el éxito. ¿Cuál de los dos consiguió lo que quería: el encadenado o la reina? El procuró guardar su castidad; aquélla, quitársela. ¿Cuál de ambos consiguió lo que quería? ¿el que soportó los males o la causadora de los males? Claro es que quien soportó los males. De modo que éste fue el vencedor.

Sabiendo esto, procuremos la victoria por medio de la paciencia; huyamos de la otra, propia de quienes injurian. Así pasaremos esta vida sin dificultades y tranquila; y conseguiremos los bienes futuros, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Homilía LXXXIV sobre el Evangelio de San Mateo (tr. por Rafael Ramírez Torres, SJ)